Jaime Barrientos González

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4 mar 2010

RESTAVEK: LOS NIÑOS ESCLAVOS DE HAITI




Publicado en Interviú 15 febrero 2010
Se estima que dos millones de niños se han visto afectados por el seísmo en un país en el que el 40 por cien de la población es menor de 15 años.
Antes del terremoto, Magalee, una niña de trece años, era una "restavek", una de los entre 300.000 y 450.000 que había en Haití, cuya cifra va a aumentar rápidamente tras el desastre. Los restaveks, (viene del francés “rester avec”, que significa “estar con [alguien]” en creole, proceden generalmente del último escalón de la escala social haitiana. Sus padres les envían a trabajar al servicio de una familia adoptiva en Puerto Príncipe haciéndoles creer que van a ser escolarizados y que disfrutarán de una vida mejor. Pero en lugar de cuadernos y libros, los “restaveks “sólo ven escobas, cubos y cepillos, palizas y esclavitud.
"Tenía que trabajar mañana, tarde y noche. Limpiaba, cocinaba, lavaba la ropa. Me levantaba a las cinco de mañana y trabajaba hasta las ocho de la tarde. En la familia todo el mundo me pegaba". "El trabajo era demasiado duro y la familia no era amable, entonces me refugié en la comisaría. Los policías fueron buenos y me enviaron aquí”. Aquí es el Centre d'Action pour le Développement (CAD) que acoge a los niños ex esclavos. La sede del CAD, que se encuentra en el centro de Puerto Príncipe fue destruida por el terremoto. Magalee perdió a cinco amigos en la catástrofe, restavek como ella. Por suerte, antes del seísmo, fue realojada en la nueva casa del CAD, situada en un campo cerca de Croix-des-Bouquets, a unos kilómetros de Puerto Príncipe.
Nigel, que significa “soy útil” en creole, es un “restavek” de diez años que no ha tenido tanta suerte. Según narra el informe de Visión Mundial Internacional, se levantaba a las seis de la mañana y salía a buscar agua. En la calle se encuentran decenas de niños como él. Algunos son pequeñitos, cinco años tal vez, y atendrán que cargar con pesados cubos para satisfacer las necesidades de sus familias adoptivas. A las nueve la madre cierra con candado la puerta de la minúscula casa de piso de tierra y se marcha sin decir una palabra. Nigel se queda fuera. Con suerte, una vecina le ofrecerá un puñado de semillas para que se tenga en pie hasta las cuatro de la tarde, cuando vuelva la patrona. Cuando lo haga tendrá que hacer lo que le manden: limpiar la casa, lavar los platos, ir al mercado, y así hasta que el resto de la familia se haya ido a dormir.
“Yo fui el que quise venir a trabajar aquí. Mi mamá se murió. No tengo ni hermanos ni hermanas... Ya casi ni me acuerdo cómo era vivir con mis papás. A veces voy al río, a bañarme, pero cuando hago eso mi patrón me da puñetazos o me pega con la rama de un árbol y no me deja salir más. Siempre le digo que me perdone, que no lo voy a hacer más pero él me insulta y me dice palabrotas o me echa de la casa. Tiene un hijo de ocho años que a veces me da patadas y cuando le digo que pare, su papá me pega. Duermo en la casa, en el suelo. El techo tiene muchas goteras y se mete mucha agua. Me gustaría ir a otro sitio pero no para trabajar. También me gustaría ir a la escuela”.
Luisa asegura tener diez años y ser restavek desde hace cuatro. “Mi mamá se murió y me vine para acá pero me gustaría estar con mi papá... Yo le mando recados y le digo que venga a sacarme de aquí. Casi siempre me despierto a las cinco y me acuesto a las siete. En la mañana trabajo y por las tardes voy a la escuela. Este trabajo no me gusta; es muy duro. Siempre tengo que hacer cosas para los niños de la casa: son dos, uno de tres años y otro de cinco. Les baño y llevo a la escuela, les hago la comida... Por las mañanas voy unas cinco veces a buscar agua, por lo menos... A veces llevo hasta tres galones en un solo viaje y me duelen la cabeza y los hombros. Yo se le digo a la familia, pero no me hacen caso.. Tampoco me dan nada de dinero; sólo un poco de arroz y caldo de verduras. Por las tardes sólo como si hay algo. Lo que menos me gusta es que me peguen; me dan puñetazos, me gritan, me echan de la casa... Yo no me quiero quedar aquí. Quiero ir a vivir con mi papá. Le dije cómo me trataban y él me dijo que me quería mucho, pero que no tenía dinero para mandarme a la escuela. Me gustaría tener vestidos bonitos... ¡y zapatos! La escuela también me gusta porque aprendo a leer y a escribir; pero los compañeros no hablan conmigo: me ponen apodos y me insultan por ser restavek”
La inmensa mayoría de los restaveks son niñas. Diana también tiene diez años. “Vivo con Madame Odler. No sé hace cuánto llegué aquí. Me levanto a la misma hora que ella, voy a buscar agua, barro el patio, limpio la casa y lavo los platos. También preparo la comida. Vivo en Cité Silence pero el agua hay que traerla de Bois Verna, que está como a diez ó veinte minutos de aquí. Antes iba a la escuela, pero ahora sólo salgo cuando me mandan a hacer recados. No tengo tiempo para jugar o para divertirme... La escuela me gustaba porque estaba aprendiendo a leer”.
Jean Robert Cadet es un ejemplo de restavek que logró salir adelante y que ha creado una fundación que lleva su nombre para redimir a estos pobres niños. A los cuatro años su madre, negra, falleció y su padre, blanco, se negó a reconocerle y le entregó a una antigua maestra. Pasó toda la infancia trabajando de criado. En sus memorias, “Restavek: De niño esclavo haitiano a norteamericano de clase media” recuerda que lo que distingue a los niños restaveks es el trato que se les da: “la degradación y falta de respeto por su dignidad, sus valores y derechos más básicos como seres humanos. La violencia que soportan sabotea su desarrollo. Son estigmatizados y marginados por la sociedad”. En los últimos años se ha visto un cambio en el perfil de quienes utilizan a estos niños: antes eran familias acomodadas pero ahora muchas de ellas viven en una pobreza extrema y buscan estrategias de supervivencia para sus propias familias. Es la necesidad crítica de conseguir mano de obra gratis que les lleva a “tomar” a un niño restavek. No es la única asociación haitiana que se preocupa por la suerte de estos pequeños: “Foyer Maurice Sixto”, “Mouvman Vin Plis Moun”, la “Fundación Limye Lavi” y el Centro Comunitario y de Aprendizaje “Matenwa” están llevando también a cabo excelentes proyectos .
Sin presente ni futuro
Según el informe “Salud en las Américas”, el 81 por cien de los niños “restavek” proceden de zonas rurales, el 73 por cien son niñas y sólo el 55 por cien asiste a la escuela. “Estos niños desarraigados se convierten rápidamente en pequeños esclavos, explica Alphonse Deo Nkunzimana, director del programa de lucha contra el tráfico de menores de la Pan American Development Foundation (PADF). ‘Trabajan por encima de sus posibilidades, no reciben remuneración alguna y, sobre todo las niñas, son víctimas de abusos sexuales y de todo tipo. “Hay padres que rehúsan aceptar a su hijo de vuelta -comenta Marlene Mondesir, directora del CAD- .Tuvimos una niña de 16 años. Localizamos a su madre verdadera que nos dijo que no la podía aceptar porque tenía otros seis hijos. No tenía cómo alimentarla. La cantidad de restaveks va a ir en aumento después del seísmo, porque un gran número de familias van a encontrarse en situaciones muy precarias. Las escuelas son escasas en el campo y algunas personas de la ciudad van de pueblo en pueblo explicando a los padres que van a llevar a sus hijos a Puerto Príncipe para escolarizarles pero, una vez en la ciudad, son golpeados, violados y azotados”. Tras el terremoto los mismos padres les están regalando : "Llévesela, no la puedo cuidar, se la cambio por comida”.
Según El director de la Oficina de Observación y Lucha contra el Tráfico de Personas del Departamento de Estado de EE.UU., Luis C. de Baca, en 2009 había más de 300.000 "restavek" en un país de apenas nueve millones de habitantes. De ellos, 200.000 no llegan a los catorce años. La mayoría proviene de áreas rurales y las tres cuartas partes son niñas de entre diez y 17 años y algunos podrían tener tan solo cinco. A ellos hay que sumar otros 3.000 que se calcula fueron llevados a la República Dominicana. Muchos terminaron en las plantaciones de caña de azúcar o en las redes de prostitución.
Aunque Haití ratificó la Convención de la Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño en 1994, todavía no ha ratificado las Convenciones 138 (sobre la edad mínima para trabajar) y 182 (sobre las peores formas de trabajo infantil) de la Organización Internacional del Trabajo. Y aunque el artículo 341 del Código de Trabajo haitiano señala que ningún niño menor de doce años debe ser entregado a otra familia para trabajar como sirviente doméstico, el artículo 345 afirma que “los que estén contratados en esa condición tienen derecho a vivienda decente, ropa, una dieta sana y educación”. El Institut du Bien-Être Social et de Recherches es oficialmente el responsable de proteger a los menores de edad más vulnerables y de hacer cumplir los artículos del Código de Trabajo pero carecen de recursos y decapacidad para llevar acabo su mandato.
Las terribles condiciones de los pequeños ‘restavek’ se suma a la de los huérfanos y niños de la calle entre 5 a 17 años que, tan sólo en Puerto Príncipe, en 2006, llegaron a ser casi 8.000: A menudo son maltratados por la policía que les considera delincuentes. Las redes de tráfico de menores operan impunemente en un Haití en el que la esperanza de vida no supera los 52 años y la mitad de la población es menor de 18 años. El índice de escolarización es del 54 por cien y más del 50 por cien de los haitianos son analfabetos. Las calles están pobladas de niños sin futuro. Los menos dóciles escapan de sus amos y se integran en pandillas. Algunos son huérfanos, otros han escapado de hogares violentos o de sus lugares de trabajo. Sobreviven pidiendo limosna y un gran número son víctimas de la explotación sexual. Otros no sobreviven: según el informe de Unicef, todas las semanas muere uno asesinado. Excluidos e invisibles, se calcula que más de la mitad carecen de un certificado de nacimiento. En comparación con otros países de la región, en Haití hay la mayor tasa de huérfanos : un 16 por cien de la población de menores de 18 años. Algunos van a parar a las bandas de ‘chimères’ en los arrabales de Puerto Príncipe, donde es frecuente ver armados a chicos de apenas 10 años. A algunos les obligan a hacerse miembros; otros consideran la vida en las bandas como un camino para obtener alimentos, refugio, protección y prestigio. Según el informe de Unicef “Infancia en Peligro”, en las principales ciudades de Haití, las bandas armadas les reclutan para que sean mensajeros, cometer crímenes o luchar contra otras rivales. La negativa a obedecer las órdenes conlleva el riesgo de sufrir un castigo cuando no la muerte. Para las niñas, representan la amenaza de la prostitución forzada o la violación. Muy a menudo, los hombres de las otras bandas las violan como forma de venganza”.
La anemia se ceba en ellos: en el año 2000 era padecida por el 65.3 por cien de los niños en edad preescolar: igual o menor a los cinco años. Los mayores de cinco y menores de nueve años encuentran en la tuberculosis, las enfermedades diarreicas, la desnutrición, el SIDA y la malaria las cinco principales causas de muerte. En 2003, un tercio de los niños entre 6 y 12 años tenían parásitos. Los de diez a 19 años también morían debido al SIDA, las agresiones físicas, los accidentes, la tuberculosis, la fiebre tifoidea y a causas relacionadas con la maternidad. En este sentido, en 2005, “se registraron poco más de mil partos entre niñas de 10 a 14 años de edad y 6. 090 partos entre adolescentes de 15 a 19 años”. Se calcula que 7.000 haitianas darán a luz este mes de febrero: sus hijos nacerán en las calles o con mucha suerte, en los hospitales de campaña.
En un país empobrecido, inculto y sin acceso a la sanidad, el vudú y las prácticas mágicas tienen un destacado papel y la población empieza a hablar de los “loup-garou” (“Hombres lobo”) merodean por los cientos de campamentos de damnificados de Puerto Príncipe con el único fin de devorar niños o utlizarles en prácticas que terminan en terribles muertes.
Mifchel Esquilabre, médico haitiano que ha estado trabajando con la asociación española “Mensajeros de la Paz” reconoce que se sacan cad´ñaveres de los cementerios para comérselos en ceremonias de vudú. Como médico no puedo más que horrorizarme pero como haitiano que soy se que la población cree más en prácticas de brujería que en la medicina”.
Huida hacia adelante
Empujados por el hambre, la soledad y la desesperación, centenares de niños haitianos que quedaron solos tras el terremoto se trasladan desde Puerto Príncipe en cualquier medio de transporte que se dirija a la frontera. Según Lissette Rojas, del periódico “Clave Digital”, “el tráfico de niños haitianos hacia República Dominicana no cesa. El trasiego ilegal de menores se ha multiplicado en la frontera Norte. Desde Juana Méndez hacia Dajabón, decenas de pequeños cruzan a nado el río y, una vez en el lado dominicano, les recogen adultos en “motoconchos” (motocicletas que actúan como taxi y que son muy populares en república Dominicana)”. “Los guardias, como todos en el pueblo, tienen conocimiento de esta actividad ilegal pero lo malo es que los mismos guardias se combinan con los motoconchos”, explica el padre Regino Martínez, director de Solidaridad Fronteriza. José Luis Fernández, periodista de la misma asociación asegura que “en Dajabón vemos a diario el tránsito de niños llevados por hombres y mujeres haitianos. en motocicletas Los que no se ven son los que se desplazan en autobuses de línea y vehículos privados todoterreno. Los traficantes de niños prefieren los días de mercado, que es cuando se produce una especie de confusión debido a la gran cantidad de personas que acuden a hacer compras y ventas.
Les convierten en esclavos domésticos y agrícolas o los obligan a mendigar. En Santiago apareció hace pocos días una niña haitiana de ocho años violada. Por lo general, los menores víctimas de tráfico terminan como mendigos en las avenidas de las ciudades o como agricultores que solo reciben como paga la comida del día.
El Ministerio dominicano de Trabajo estima que entre 25.000 y 30.000 niños haitianos trabajan en el sector agrícola y la portavoz de UNICEF, Tamar Hanh, denunció que cada año dos mil niños y niñas son llevados desde Haití al país vecino. "Nadie sabe cuántos perdieron a sus padres en la catástrofe -dice Christian Jung, de la organización de ayuda infantil alemana "Kindernothilfe"- pero hay riesgo de secuestro. No hay nada más fácil que hacerse pasar por un cooperante internacional para tener acceso a los menores". Si caen en manos de los delincuentes que comercian con seres humanos podrían ser víctimas del trabajo infantil, la prostitución o incluso del tráfico de órganos. Pocos días después de esta declaración, quince bebés desaparecieron de varios hospitales de Puerto Príncipe y una misión de estadounidenses fue detenida cuando intentaban cruzar en autobús la frontera de Malpaso con 33 pequeños indocumentados, supuestos huérfanos, a quienes sus padres buscaban. Con edades que oscilan entre los pocos meses y los catorce años, actualmente se encuentran en un albergue de la organización Aldeas Infantiles SOS y y los implicados están ahora en una cárcel en Puerto Príncipe. "No puede ser que una organización de ayuda o cualquier otro recoja a los niños en la calle y sostenga que son huérfanos", señalaba hace unos días el primer ministro haitiano Jean-Max Bellerive.
Miembros del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza Terrestre (Cesfront) en la provincia de Dajabón (Rep. Dominicana) cuentan que, casi a diario, ven “extranjeros que llegan a la frontera procedentes de Haití acompañados de niños y de adultos intentando cruzarlos al país, sin ninguna documentación, pero cuando ven la realidad, algunos se enfadan y otros, simplemente, desaparecen".
Para Unicef, "tiene más sentido conseguir acogida para los niños aquí y apoyar después a las familias. Si no, sufren un doble trauma: primero el del terremoto y, luego, el de ser arrancados del medio que les es conocido”.
Un “mensaje de Paz” español
La ONG “Mensajeros de la Paz”, con su presidente a la cabeza, el padre Ángel, es una vieja conocida en cuanto desastre, natural o provocado, sucede en el planeta como bien saben países como Benín, Congo, El Salvador, Irán tras el terremoto del 2004 o el destrozado Irak.
Miguel Florido, médico de familia en las Palmas de Gran Canaria, fue uno de los que primero acudió a la llamada de esta organización: “La mayoría de las lesiones de los niños son fruto de contusiones y heridas provocadas por el terremoto. Muchos de ellos presentaban además las consecuencias de una malnutrición previa y un estado de salud precario por ausencia de control pediátrico. Carecen de vacunas ni revisiones periódicas. Vi tuberculosis, gastroenteritis por consumo de agua en mal estado pero, sin duda, lo más aterrador era atender fracturas importantes y sobreinfecciones de sus heridas, que en muchos casos acababan en amputaciones de miembros”.
“Apenas vimos casos de estrés postraumático. Los niños son muy duros y están acostumbrados a situaciones lamentables desde el punto de vista socio sanitario. Aceptan la muerte con más facilidad que nuestra sociedad. Los que habían perdido a sus padres se mostraban más apáticos, retraídos, en ocasiones tristes, pero no con la intensidad que esperaría en un niño en similares circunstancias en nuestro país. Pero aquellos que recibían tratamiento y comían mejoraban su estado de ánimo en pocos días”.
Son muchos los cooperantes y la ayuda que está llegando pero los niños de Haití necesitan un sistema sanitario sostenible que pueda prevenir enfermedades atroces como la tuberculosis, la tos ferina, difteria, tifus, malaria… Evitar la malnutrición también requiere de una ayuda mantenida. Muchos de los niños que traté no podrán seguir recibiendo cuidados médicos. El seguimiento de sus curas es incierto y el acceso a medicamentos necesarios no se puede garantizar sin una cooperación bien coordinada.
Michel Esquilabre, médico haitiano residente en España, tampoco se lo pensó dos veces. “He nacido en el país y estoy acostumbrado a ver la miseria pero me ha sorprendido la total destrucción de la capital. Cuando llegamos no había medicamentos y los pocos que había se vendían en el mercado negro a precios que la población no puede comprar: dependen de los que hemos traído los cooperantes. He atendido sobre todo traumatismos fruto del seísmo pero me horrorizó el estado en el que se encontraba un niño de apenas un año: su desnutrición extrema no era fruto de del terremoto sino de un hambre de siglos.”
¿Que si he visto madres regalando a sus hijos o prostituyéndose para darles de comer?: eso es el pan de cada día en un país sin control de natalidad, sin gobierno ni nada que llevarse a la boca... Haití es un lugar sin Ley en el que todo vale para sobrevivir.

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